Removiendo y leyendo antiguas anotaciones efectuadas a lo largo de mi existencia, y que guardo en una de mis carpetas, en estos momentos, como una alternativa en el intento de distraerme y apaciguar, al mismo tiempo, la angustia y el aburrimiento afrontando la confinación a que estoy obligado a vivir, para protegerme en lo posible de las funestas consecuencias del coronavirus, que tantos estragos está causando en todo el planeta, tengo muy asumido las recomendaciones que no dejan de insistir a todas horas y en todos los momentos que se tercia, para evitar el contagio de este terrible mal, como es, en especial, el lavado de las manos con jabón. Y resulta que, desde hace tiempo, se viene conmemorando, el 15 de octubre de cada año, el "Dia Mundial del lavado de manos, precisamente para conseguir la eliminación de los microbios.
Remontándonos al año 1825, al visitar a un paciente que se estaba recuperando de una fractura en el Hospital St. George, de Londres, sus familiares lo vieron acostado sobre sábanas húmedas y sucias, llenas de hongos y gusanos.
Todo apestaba a orina, vómito y otros fluídos corporales. Los médicos también olían mal. Raramente se lavaban las manos o los instrumentos, dejando a su paso lo que la profesión alegremente denominaba " el tradicional hedor hospitalario". De ahí que los hospitales fueran caldo de cultivo para la infección, y en aquella época resultaba más seguro ser tratado en el propio domicilio que en el hospital, donde las tasas de mortalidad eran mucho más altas que las producidas en los propios hogares.
En medio de este desolador panorama que todavía no entendía de gérmenes, un médico intentó aplicar la ciencia para detener la propagación de la infección. Su nombre: Ignaz Semmelweis.
El Dr. Ignaz Semmelweis.
Este médico húngaro, trató de implementar un sistema de lavado de manos en la ciudad de Viena, en la década de 1840, para reducir las tasas de mortalidad en las salas de maternidad. Fue un intento digno, pero fallido, atendido que fue demonizado por sus propios colegas de profesión, a pesar de ser conocido eventualmente como el "Salvador de las Madres".
El Dr. Ignaz Semmelweis trabajaba en el Hospital General de Viena, donde la muerte acechaba las salas tan regularmente como en cualquier otro hospital en aquella época.
Antes del triunfo de la teoría de los gérmenes, en la segunda mitad del siglo XIX, la idea de que las miserables condiciones en los hospitales desempeñara un papel en la propagación de la infección, no pasaba precisamente por la mente de la mayoría de médicos, atendido que se pensaba que las enfermedades se propagaban a través de nubes de un vapor venenoso en que estaban suspendidas partículas de materia en descomposición, llamadas " miasmas ".
Cuando no le renovaron el contrato de trabajo en el hospital de Viena, el Dr. Semmelweis retornó a su Hungría natal, donde ejerció el cargo de médico honorario, relativamente insignificante y no remunerado, de la sala de obstetrica del pequeño Hospital Szent Rókus, de Pest. Tanto ahí como en la clínica de maternidad de la Universidad de Pest, donde más tarde fue profesor, la propagación de la fiebre puerperal era rampante, hasta que él virtualmente la eliminó. Pero las críticas contra su teoría ni la ira de Semmelweis hacia la falta de voluntad de sus colegas para adoptar sus métodos de lavado de las manos, se apaciguaron.
Sólo después de su muerte, logró el reconocimiento que le habría alegrado la vida.
Su comportamiento se volvió errático, y a partir de 1861 empezó a sufrir de depresión severa, se volvió muy distraído y cada conversación lo llevaba al tema de la fiebre puerperal.
Un día, un colega de profesión lo llevó a un asilo de locos vienés, con el pretexto de visitar un nuevo instituto médico. Cuando Semmelweis se percató de lo que estaba sucediendo, trató de marcharse, pero los loqueros lo retuvieron y lo golpearon desmesuradamente, le pusieron una camisa de fuerza y lo encerraron en una celda oscura.
Dos semanas después, falleció a consecuencia de una gangrena producida por una herida en su mano derecha. Tenía 47 años de edad.
Una de las cosas que el Dr. Semmelweis dejó escritas, no dejan de resultar inquietantes: "Cuando reviso el pasado, sólo puedo disipar la tristeza que me invade imaginando ese futuro feliz en el que la infección será desterrasa. La convicción de que ese momento tiene que llegar inevitablemente tarde o temprano, alegrará mi hora de morir".
Ciertamente hay muchas personas " que se lavan las manos" cuando temen tomar una decisión que puede acarrearles problemas. Miran hacia otro lado. Algunos políticos, de esto saben demasiado.
ResponderEliminarEn el Evangelio, (Mateo 27:24)Poncio Pilatos, un prefecto de Judea, se lavó públicamente las manos para desentenderse de la decisión popular de crucificar a Jesús.
El lavado de manos de simulado signo de inhibirse de la esponsabilidad, es típico en los políticos incapaces e inútiles, el microbio que pretenden borrar de sus sucias manos, son los derechos del pueblo.
ResponderEliminarSin embargo, el estricto lavado de manos a modo salubridad, es la mejor herencia y legado que nos ha dejado tan ilustre y mal tratado Doctor.
Buen momento para hacerle su merecido homenaje y reconocimiento.
muy interesante.
ResponderEliminarhabía oído hablar del "salvador de madres", no sabía que había fallecido en un manicomio... por una gangrena, qué triste
Interesante y horroroso a la vez, que muerte más triste y tan joven, choca con el LAVARSE LAS MANOS de hoy día, por y con el bicho de dos pares de narices. jrrof
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