martes, 6 de diciembre de 2011

CUANDO EN LAS ESCUELAS SE ENSEÑABA URBANIDAD Y SE EDUCABA.













Guardo en mi biblioteca unos libros que utilizaron, en primer lugar mis tías Carme i Remei, y después mi padre Emili, durante los pocos años que pudieron asistir a las Escuelas Nacionales de Llagostera (Girona), allá en las primeras décadas del siglo XIX, y que ilustran este post, que son testimonio de la preocupación existente en aquellos tiempos para que los niños y niñas, desde los primeros años de su vida, fueran aleccionados y aleccionadas con los principios básicos de una buena educación.
Esta educación que recibían en la escuela, venía reforzada por la que recibían en sus respectivos hogares. Se les enseñaba a respetar a las personas mayores, y en especial a los religiosos , a los maestros y a las autoridades. Se les inculcaba el respeto a los bienes ajenos y así crecían cultivando sus buenas virtudes como seres humanos.

En el último tercio del pasado siglo XX estas sanas costumbres fueron cayendo gradualmente en desuso, y coincidiendo con la pérdida de los valores intrínsicos de una preocupante mayoría de las unidades familiares, las nuevas generaciones fueron creciendo de manera muy distinta. Los centros docentes dejaron de impartir estas enseñanzas, considerando que el alumnado tenía que ser educado en el seno de sus respectivas familias y que la escuela se tenía que limitar exclusivamente a la enseñanza de las asignaturas que se estudiaban. Sin embargo, con el paso de los años, y por circunstancias muy distintas que todos conocemos, una inmensa mayoría de progenitores no tienen ni la voluntad y menos todavía la más mínima capacidad de educar a sus respectivos hijos, y de ahí que estos hayan perdido el respeto hacia sus propios progenitores y, por extensión, hacia todos lo demás y por todo lo que les rodea.

No voy ahora y aquí a relacionar las lamentables escenas que normalmente todos conocemos. Agresividad a los propios padres y docentes y a cualquiera que se cruce en su camino que les lleve la contraria, sin descuidar las actuaciones vandálicas en la vía pública y la delincuencia propiciada por el consumo de la droga y el alcohol.

Esta turba de desalmados, conviven también con otras personas de su misma generación, que han tenido la inmensa suerte de tener un entorno familiar que se ha preocupado por ellos desde la más tierna infancia, y que les ha sabido inculcar aquellos valores de la buena educación a que antes nos hemos referido, y así han crecido siendo estas personas que respetan y se hacen respetar, y que en definitiva, adaptadas a los tiempos modernos que les ha tocado vivir, tienen un comportamiento acorde con las normas de convivencia ciudadana que, en cierto modo, vienen a compensar, en parte, el desaguisado de esta sociedad desigual que tantos y tantos problemas genera por sus múltiples carencias de todo orden y cosas.

Lamentablemente estamos inmersos en una sociedad que está precipitándose al fondo de un abismo del que difícilmente podremos retorceder. Cierto que se ha avanzado y mucho en conocimientos y técnicas para facilitarnos poder vivir rodeados de unas comodidades y unos medios que inexorablemente hacen más placentera nuestra existencia, pero muy cierto también que irresponsablemente se ha prescindido de lo más elemntal, al dejar de un lado inculcar, desde la más tierna edad, los más elementales principios de la educación y el comportamiento a estos inocentes niños y niñas del día de hoy que a no tardar, serán unos indeseados que, con sus perturbadoras y delictivas actuaciones serán una preocupante lacra de la sociedad a la que pertenecen.