martes, 15 de marzo de 2016

JAUME TORRAS GARRIGA, EL ÚLTIMO CARRETERO DE LA GARRIGA.

Jaume Torras, "Jaumet", con el carro y su burra "Genoveva".


Jaume Torras Garriga, conocido por todos com "Jaumet", fue el último carretero de la Garriga y el primero en transportar con su carro los primeros muebles al barnizador y a los almacenes. Era allá por los años 1940 y 1941, si bien con anterioridad a la Guerra Civil española ya transportaba las escasas mercancías que salían de la Garriga.

También transportaba marcos para los carpinteros, ventanas y cargas diversas para las obras. Traginaba leña haciendo viajes a las viñas y a los huertos, así como también cemento, cal y materiales para la construcción a los albañiles. 

Su nisaga se inició allá  en los años 1830, y era una nisaga  de recaderos muy importantes, con caballos, mulas y burras cruzadas. A la temprana edad de 9 años, ya iba a Barcelona con el carro cargado "a tope", como solía decir.Tardaba dos días para llegar a la Ciudad Condal, con el riesgo añadido que suponían los atracos por parte de los bandidos que irrumpían en el camino procedentes de las guerras carlistas,  a los que había que pagarles tributo.

El abuelo paterno, al igual que su padre, ya eran recaderos. Tenían la concesión de llevar, con los carros especiales, los lingotes de cobre de los hornos de Mambla, Sant Hipòlit de voltregà y la Gleva. Llegaron a tener diez caballos y mulas de buena raza para encargos y transporte. Tenían también una vaquería,y llevaban la leche a Barcelona.

Los Torras eran conocidos en todas partes. Mientras, al hacerse mayor, Jaumet tuvo que ir a la Guerra de África. Desastre d'Annual, desembarco de Alhucenas, un desembarco  parecido al de Normandía y primero de la historia moderna, con toda clase de recursos militares, con tropas francesas y españolas. Resultó herido en combate y perdido en el desierto, teniendo necesidad de realizar varias proezas, haciéndose merecedor de una medalla por mérito de guerra,  por salvar a varios compañeros, algunos de ellos heridos, por las dunas del desierto. Cuando lo desmovilizaron regresó a la Garriga con todos los gastos pagados. Como héroe de guerra, le esperaban en la estación  las autoridades, con banda de música, bombo y platillos; autoridades y parlamentarios, al más puro  estilo americano. No se recuerda haberse hecho jamás un recibimiento tan festivo a un héroe de guerra en la Garriga. La medalla la conserva la familia con jutificado orgullo.

Fue un hombre no creyente. En el transcurso de la Guerra Civil española tuvo que ingeniárselas como todos. Iba en busca de leña al vecino municipio del  Figaró dos veces por semana, y cuando la contienda bélica tocó a su fin, se presentaron un  día a su casa tres jóvenes capellanes, preguntando por aquel hombre del carro. Salieron a recibirlos su esposa Pura  y su hija Juanita. Entonces ellos les explicaron que durante todo aquel tiempo, casí tres años, estuvieron escondidos en Vallcàrquera, por temor a que los rojos los mataran. Él los vió, y les dijo que dos veces por semana les llevaría cigarrillos, papel de fumar, cerillas, lápices, un poco de comida y algún periódico. Todo esto lo depositaba en un lugar previamente acordado y los tres jóvenes capellanes lo recogían. Así fue durante aquellos tres años. Él no le dió la más mínima importancia. Jaumet era así. Guardó siempre el secreto y nadie se enteró de ello. 

En la festividad de Sant Antoni, engalanaba  el carro y la burra, a la que llamaba "Genoveva". Se colocaba delante de Can Sants y l'Estanc. Bendecían, y cuando había el capellán, él se marchaba. Nunca pasaba por debajo del agua bendita, porque cuando eran pequeños era un hombre de letras y números. Resulta que concedieron el primer premio a un joven de familia aristocrática y rica, cuando era bien conocido por muchos garriguenses de que el premio le correspondía a él. Como sea que era el capellán quien lo decidía, nunca más creyó en capellanes ni en la Iglesia. Aquella familia todavía reside en la Garriga. No es necesario decir nombres.

Hechos como este los hay  muchos. De joven fue también un buen bailarín. Él y una muchacha de Can Valent bailaban el vals-jota, paricons i polques, y otros bailes de época, sobre la mesa de un café de metro por metro, sin parar.

Falleció en buena armonía, sin dejar de mirar la medalla y explicando proezas y los trabajos que efectuaba de recadero. 

Jaume Oliver i Viñas explica que guarda la silla de montar que tenía para los desplazamientos a caballo por la comarca, atendido que Jaumet era el abuelo de su esposa. 

Aquí acabó un garriguense que, sin hacer demasiado ruído, pasó por este pueblo al que tanto estimaba. También él fue estimado por la gente de aquella época. No había crío que no hubiera subido a su carro, ni familia a la que no hubiera hecho algún favor, llevándoles aquello que necesitaban por poco dinero.

Su entierro fue apoteósico. La gente se aglomeraba fuera de la iglesia. Nunca pidió al sacerdote, pero sí que vino a verle para hablar con él. Pasaban largas horas. Aquello que se dijeron es un secreto que Jaumet se llevó a la tumba.

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