En los primeros días de Septiembre de 1927, el rotativo barcelonés "La Vanguardia" publicaba un espacio publicitario, a dos columnas y ocupando un cuarto de página, con el contenido que transcribo a continuación. Una promoción para dar a conocer algunos de los atractivos que podía ofrecer el municipio después de la temporada veraniega. De ello hace 89 años.
* LA GARRIGA, PARAÍSO DE INVIERNO
Aquel devorador de embutidos que se llamó Carlos IV hubiera encontrado un gran placer en la visión rabelesiana de las tiendas de La Garriga que brindan al gastónomo turista kilómetros de deliciosa butifarra en cadenetas de gula. El curioso viajero golosea con la vista el embuchado con que se aderezan las clásicas "boletadas"; su boca insaliva viendo el suculento panorama de jamones colgados de la pata, y la mirada sufre el empacho ante las hojas de tocino o el mareo de grasa de las ollas colmadas de manteca. Hecatombes diarias de reses convierten a este pueblo en despensa opulenta, rebosante de los sabrosos productos del cerdo.
Pero La Garriga reserva a sus visitantes algo más que bloques de savia pringosa y rosarios optimistas de butifarra. El clima y las aguas son dos alicientes incomparables que la convierten en invierno en paraíso. El clima extremadamente seco y benigno, es la delicia de las familias que se resienten de las nieblas traidoras y de las glaciales inclemencias. Determina esta gran sequedad el viento llamado tramontana que pasa por el desfiladero del CONGOST. La pureza de aires y bondad del clima son debidos a los efluvios oxigenados y emanaciones resinosas de los bosques circunvecinos, cuya fronda -- el mejor regulador de los cambios atmosféricos -- calma y perfuma el aliento de los huracanes. Esta uniformidad de la temperatura ambiente crea, entre el elemento de la colonia, un encanto egoista formado por el bienestar de los nervios, de los pulmones, de la sangre. Como que el día que la propaganda ilustre al mundo de que en el rigor invernal, cuando el cierzo sopla helado y las nieves se deshacen en las cumbres, hay un rincón privilegiado por la Naturaleza que brinda la dulzura del clima suave, acariciador, para el reposo tonificante de los nervios y la quietud del espíritu, La Garriga albergará bajo la seda azul de su cielo y junto al verde aterciopelado de sus pinos bañados de sol, los sueños románticos de las muchachas tocadas del pecho y el hambre de vivir de las gentes de tierras frígidas y brumosas.
El otro gran tesoro de La Garriga son las aguas termales y radioactivas que emergen de sus manantiales salutíferos; aguas con vigor de titanes porque encierran la energía latente de la tierra y el fuego de sus entrañas.De ella sale la brisa del olvido que ahuyenta el dolor.
En distintas ocasiones llamaron la atención de ilustres personalidades médicas que la reconocen verdadera eficacia por su composición química y sus singularísimas virtudes terapéuticas. Su acción sedante y tonificadora, espiritual y físicamente ha determinado curaciones asombrosas de los nervios. Por su efecto disolvente sobre las escamas epidérmicas son una panacea para las enfermedades de la piel. Se aplican con igual éxito en los distintos casos de reuma, neuralgias, y en las enfermedades de la nutrición, del hígado y de los riñones.
La historia de estas aguas se pierde en los tiempos. Se sabe que los romanos fundaron unas termas de las que aún quedan señales. Y que una hija del conde de Barcelona, Wifredo el Velloso y más tarde Don Martín, Rey de Aragón, se bañaron en el establecimiento fundado en la época romana.
En nuestros días el primero que dió a conocer la riqueza de estos manantiales, fue el patricio catalán don Juan Blancafort, edificando un Hotel que ofrece a las personas distinguidas, albergue cómodo y elegante, mesa excelente y condiciones de lujo y confort que le igualan con los PALACES más acreditados del mundo. El balneario Blancafort constituye un lugar de reposo lleno de gratos refinamientos europeos en el cual se satisfacen por completo los gustos y los caprichos de los agüistas menos acomodaticios.
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En cualquier parte del mundo La Garriga brillaría en los carteles turísticos como atracción sin igual. Ni siquiera le falta el atractivo de la arqueología artística, esa poesía profunda de lo pasado. Dígalo si no el famoso retablo del siglo XII que se conserva en la antigua iglesia parroquial de La Doma, y la poética ermita de la "Mare de Déu del Camí", antaño lugar de clausura y de rezo cuando escondiera en ella su belleza Xiscilona , la hija de Wifredo el Velloso, y hoy lugar frecuentado por los turistas que llegan en auto desde los cuatro puntos cardinales de Cataluña.
En La Garriga donde hay un fervor de deseos y un eterno bregar por ponerse al día se han realizado por su Municipio obras de sanamiento, urbanización y mejoras de todas clases sin gravar la contribución a los ciudadanos, ni concertar un empréstito. Quiere esto decir que la vida es barata y que los que pasen el invierno en este paraíso puedan recostar su hastío y agotamiento en la dulzura de los jardines perfumados o en el fondo de los bosques añosos sin temor a un trastorno económico.
El trayecto Barcelona - La Garriga es de cuarenta kilómetros. A una hora de distancia y con carretera afaltada que es una pista, desperdiciar la ocasión de realizar una de las excursiones más amenas que se ofrecen, constiyuye para el viajero curioso una patente de incivilidad. Yo por mí se decir que la embriaguez espiritual de que me sentí poseído al visitarla corrió pareja con la vergüenza de haber ignorado la maravilla del emplazamiento de este pueblo y la incomparable beldad de sus contornos.
Enrique Jávega "
PROCEDENCIA
La Vanguardia. Jueves, 8 de septiembre de 1927. Pág. 8
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